Había una vez, en tiempos lejanos y tierras antiguas, un vasto mundo donde el viento era el compañero constante de las civilizaciones nacientes. En la tierra de Mesopotamia, Egipto y Persia, alrededor del año 5000 a.C., los sumerios ya habían descubierto el poder del viento. Con velas en sus embarcaciones, surcaban los ríos Tigris y Éufrates, explorando horizontes lejanos y forjando lazos comerciales entre culturas. El roce del aire sobre sus velas era un susurro de promesas de aventura y comercio.
La verdadera historia de la energía eólica comenzó en el siglo VII d.C. en Persia, donde los ingenieros crearon los primeros molinos de viento. Con sus aspas verticales que danzaban al compás del viento, estos molinos no solo molían grano, sino que también se erguían como guardianes, bombeando agua para alimentar los campos. En sus estructuras ingeniosas, la gente encontró una nueva forma de vida, transformando la energía del viento en alimento y sustento.
Molinos y canales
Con el paso del tiempo, la Edad Media trajo consigo la expansión de estos molinos en Europa, en especial en los Países Bajos. Allí, entre canales y paisajes inundados, los molinos se convirtieron en un símbolo de progreso agrícola. Con grandes aspas girando bajo la brisa, estos enormes guardianes del viento reclamaban tierras y permitían la cosecha de nuevos cultivos. Así, las poblaciones crecían, y el viento se consolidaba como un aliado en la búsqueda de alimento y prosperidad.
Sin embargo, el momento que cambiaría el rumbo del mundo llegó con la Revolución Industrial en el siglo XVIII, cuando el polvo del carbón comenzó a oscurecer el brillo del viento. Las poderosas máquinas de vapor y las industrias emergentes relegaron a los molinos de viento a un papel secundario, un eco del pasado en un mundo que miraba hacia el futuro.
Un nuevo soplo de esperanza
El destino es caprichoso y, a finales del siglo XIX, la historia de la energía eólica tomó un nuevo giro. En 1888, el inventor Charles F. Brush construyó una turbina eólica en Estados Unidos, iluminando su hogar con la fuerza del viento. Este ingenioso aparato no solo mostró que el viento podía iluminar, sino que también era un recurso digno de la innovación tecnológica.
Pasaron los años y el siglo XX llegó con su propia historia. La crisis del petróleo de 1973 fue el despertar de la energía eólica, olvidada durante décadas. Como un fénix renaciendo de sus cenizas, comenzaron a surgir parques eólicos en Estados Unidos, con California a la cabeza, mostrando que el viento podía ser una opción viable y sostenible para la producción de energía.
La historia de la energía eólica continuó evolucionando en las décadas de 1990 y 2000, cuando la tecnología avanzó a pasos agigantados. Las turbinas crecieron en tamaño y eficiencia, alcanzando más de 3 megavatios de capacidad. Sus aspas, como extensas alas, giraban en perfecta armonía con el viento, produciendo energía en condiciones climáticas diversas, y cementando el futuro de una energía más limpia y renovable.
Y así, la energía eólica, ese susurro del viento que había acompañado a la humanidad desde antaño, se alzaba nuevamente para reclamar su lugar en el corazón del progreso. Desde los antiguos molinos persas hasta las modernas turbinas que giran en los horizontes del presente, la historia de la energía eólica es un viaje de innovación y futuro.
FIN.
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